Cd. Juárez, Chihuahua. México .

Marzo 06 de 2015    

 
 
 
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Catón...


Ciudadano de Texas

CAPRONIO, sujeto ruin y desconsiderado, conoció a una linda joven y la invitó a ir a su departamento. Ella aceptó la invitación.

Capronio, feliz, le dijo: “¡Ya sabía yo que no me ibas a fallar!”. En el departamento le pidió a la chica que le hiciera dación de su más íntimo tesoro. Ella accedió, y Capronio repitió su alegre frase: “¡Ya sabía yo que no me ibas a fallar!”.

Pasaron unas semanas del erótico evento, y cierta mañana Capronio recibió una llamada telefónica. Era aquella muchacha. Le dijo: “Estoy embarazada. Sé que eres casado y que no puedes hacerte responsable de mi situación. He decidido, entonces, privarme de la vida”. Y exclamó el vil canalla, jubiloso:

“¡Ya sabía yo que no me ibas a fallar!”… En su asiento del autobús don Chinguetas se quejó: “¡Ah, esta juventud de ahora! ¡No sabe ya lo que es la cortesía!”. Le recordó la señora que iba al lado: “¿Acaso no fue un joven el que le cedió su asiento?”. “Sí –admitió él-. Pero mi esposa va de pie”…

Don Óscar Flores Tapia era gobernador de Coahuila, y le dio chamba al hijo de un cierto amigo suyo. “Serás mi asesor –le dijo al inepto muchacho-. Pero si me asesoras te mandaré a tiznar a tu madre”. Jamás he sido yo asesor de nadie, ni siquiera de mí mismo.

Sin embargo, si lo fuera del Presidente Peña lo primero que haría sería recomendarle que no viaje ya al extranjero. Cuando la casa se está cayendo conviene apuntalarla en vez de salir con la familia a un día de campo.

No es que pretenda yo que México se convierta en una isla, pero pienso que en la hora actual la atención del mandatario debe centrarse en los problemas del país, y no dar la impresión de que se aleja de ellos para gozar en otras partes las mieles de su representación.

He inventado una manera fácil de evitarme remordimientos de conciencia. Cuando la ocasión me lo demanda me pregunto: “¿Estoy donde debo estar?”.

Si la respuesta es afirmativa, santo y bueno. En caso contrario, cuidadete, como dicen los muchachos. Sin que esto signifique asesoría le recomiendo a Peña Nieto se haga la misma pregunta a cada paso.

Quizás ese buen hábito lo ayudará a ver por la casa de los mexicanos más que por el palacio ajeno… ¡Insolente escribano huisachero! ¿En medio de esta jira tan bonita te atreves a perturbar con tus inanes críticas el esplendor de las ceremonias reales y la solemnidad del protocolo inglés?

Eres un sandio, por no llamarte con adjetivo peor. Vuelve a lo tuyo, que es relatar historietillas fútiles, y no turbes el encanto de un sueño que está muy por encima de la ingrata realidad. Narra algunos cuentecillos finales y luego haz mutis. La República te lo agradecerá…

El huésped del hotel le preguntó al salvavidas de la alberca cómo podía enseñar a nadar a una muchacha. Le indicó el hombre: “Hágala entrar en la piscina delicadamente. Sosténgala por la cintura y por los muslos, y pídale que mueva los brazos y las piernas al tiempo que la impulsa usted deslizando sus manos bajo ella para mantenerla a flote”.

Dijo el huésped: “Le agradezco sus orientaciones. Estoy seguro de que con ese método mi hermana aprenderá a nadar muy pronto”. “¿La muchacha es su hermana? –se sorprendió el salvavidas-.

Entonces simplemente aviéntela a la alberca”… Le sugirió Chicholina a su galán: “¿Qué te parece si compartimos los gastos? Tú pagas las copas y la cena, y el resto de la noche corre por mi cuenta”…

Un petrolero texano fue a Nueva York en viaje de negocios. La primera noche que estuvo ahí entró en un bar luciendo el atavío que solía usar en Texas: gran sombrero de los llamados “de 10 galones” al estilo de John Wayne; corbata de cintas; botas vaqueras.

Ocupó un sitio en la barra. La llamativa fémina que estaba a un lado exclamó con admiración: “¡Caramba! ¡Qué grande es su sombrero!”. “Señorita –declaró el petrolero-, todo en el gran estado de Texas es enorme”. “¡Y qué grandes sus botas!” –manifestó la mujer.

“Ya se lo dije, señorita –repitió el viajero-. Todo en el gran estado de Texas es enorme”. No haré larga la historia. Después de algunas copas el hombre y la “señorita” fueron al cuarto de él.

Empezaron las acciones, y no sé qué sentiría el petrolero, el caso es que le preguntó a la mujer: “¿De qué parte de Texas me dijiste que eres?”… (No le entendí)… FIN.

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